Como si en sí mismo el pasado fuese la raíz de la alegría, sin referirse a las infancias sino a los tiempos, a las cosas propias que representan un momento en la panorámica de la historia de aprecio particular, al valor de lo construido, a las minúsculas materias transformadas por tantas manos, hallamos que al final no significan nada en la llanta que te lleva dentro y gira hasta toparse con otra cosa.
Las cosas, un ser multitudinario, un libro, un objeto equidistante, la ausencia de tus manos, una canción, ver caer el árbol que trepaste con miedo, verlo hecho pedazos junto a otros partidos, una lámina roída por el óxido de los días, algún día de Sol o alguna lluvia, pueden despedir a una era sin prisa. Nacer, crecer y partir, luego recordar. Las soledades se instalan en cualquier espacio para hacer florecer al olvido.
Pasan las hormigas en fila, como un río, un solo sentido; las que chocan son recuerdos. Lo que pasa arriba pasa abajo. Se ensanchan las cosas pequeñas, dispuestas como si huyeran de lejanías venideras y los espacios comunes con sus cambios quedan por allí tirados junto a otras cosas que destiñó El Sol o las hizo pedazos hasta estar sin dueño ni propiedad ni nada; los recuerdos son como las cosas. Como en un viaje lento recuerdo aquellos lavaderos públicos y el gentío de mujeres y sus hijos e hijas chuloniándose en cada pila para el baño diario; luego hubo ducha dentro de la casa, luego sanitario. La historia apilada en la mirada, como si las miradas fuesen cosa vieja llena de cosas, promontorios de basura que dejó el general tiempo, como semillas de olvido ocupadas en desaparecer u ocupar el silencio para siempre, tienen un código único y son invisibles y guardan silencio si no hay recuerdos en ellas. Como si irse yendo o alejando del común y sus risas y aprender el otro abecedario que enseña a desjuntarse, a no ser puño, a escapar a los chorros, sus pilas y a el agua cayendo en los lavaderos públicos fuera el pasado mismo y esto nos hiciera nuevos.
No se diga nada del ruido del pasado y sus vientos; que se escuche el silencio de los sapos que cantaron cerca de casa y en el camino, entre la oscuridad, sus lodos y sus tantos matochos, incrustados cerca del pasaje de cemento, en la frontera del tiempo que no vimos despedirse y se fue tan discreto y que anduvimos tan descalzos como si nada, como todos los que ignoramos la semilla del espantoso recuerdo, de la alegría de hacer chispear los charcos de un salto en la lluvia, cuando éramos niños sin reloj y no habia luz artificial en el paisaje ni a lo lejos. Una vez tuve una caja con cosas del pasado, reunidas por valor eterno al juntarse en mis manos.