Corazón número cinco

¿Cuándo pensé en las estaciones del alma? ¿Cuándo enumerado corazones? Cuando acarreaba letras de canciones desde el recuerdo hasta el tarareo y olvidé para siempre dar tamaño a las cosas, algo echó raíz en mis falanges y nacieron tus manos y me crecieron flores en las llemas de los dedos como dudas hartando pulgones, como alegrías que rondan las flores.

Vos decís figuritas que no entiendo. Recurro a egos marginales y acurruco los templos de la nada para estar tan cerca de tus mares. Nada se escapa de eso tan pequeño que juntan tus labios. Casí desaparece el miedo al mañana y aún destruido el futuro te veo bailando y soy feliz como un temporal de mayo sin medio Sol ni luz artificial ni nada.

Viene la aurora. Llego a mirarte y tus pies bailan sobre en el filo de una hoja, se reunifica el telar que andan mis pies de equilibrista malumorado y silbo canciones y logro un paso y como una hormiga acostumbrada hago silencio hasta la alegría y siento el viento como huracanes en mi nariz y es posible decir tu nombre en lugar de hacer soplidos, sin parpadeos, como un ángel solitario en la lengua de Roque Dalton.

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¿Cuál tierra de mis padres?

Patria.

Todo eso despojado es su linda Patria;

por ella llorán y matan.

Madre tierra tuve antes que banderas azules y blancas.

A lo que roban llaman Patria.

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Ruido

Grillo

aurora

pájaro

hojas

hormigas…

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Profecía

Mañana vamos a ir a México;

cuando tu seas niño yo seré un hombre.

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Llegar al amate nocturno, 1982

Salir de noche. Andar la total oscuridad sin Luna ni luz artificial en los postes verdosos de madera, inclinados como quien duerme y no se cae sino zapatea y se ajusta. Imaginen el trabajo de tomar las llaves del pantalón de papá colgado y su campanario o cincho y su bulla chiquita, en la inmensidad del silencio de la noche, cuando no hay luz y hacer acallar al ruido del mecanismo que se hace girar en sentido horario y el click del candado es un delito y dejar pasar al viento acusador que viene de la calle se siente y escucha como quien entra y no sale ni desaparece y no se va nunca del recuerdo de abrir la puerta en la primera media noche. Salir de noche en el invierno, cuando todos duermen o imaginan irrealidades, negando carencias antes del sueño REM. Fugarse por primera vez de la casa, donde nadie sabe que estás despierto y pesan al revés los párpados del niño que pasa del reposo a sentarse con el cuidado de hacer despacio el cambio para estar a la orilla de la inmensidad de la cama. Allí comienza algún día en la punta del píe y no soy Neil Armstrong pero cómo cuesta tocar el suelo. Yo quise un tren cuando pequeño y nunca se fue de los sueños y nunca llegó mañana; aún diseño alguna posibilidad desde el pasado con estas manos inquietas llenas tanto de mí. A ciegas paso a lo profundo; no veo nada pero sé dónde están los recuerdos de mis pasos y estos me guían hasta la puerta principal de la casa. Activo el sentido de andar de día en plena oscuridad, sel recuerdo como perceptor de orientación, da un paso; se ve con los pies chuña, el dictado de andar de la cama a la puerta, el ensayo de las tres de la tarde.

El perico de papá está dormido en la matata cubierta; ésta, cuelga en el centro de la cabaña silente y sus láminas morenas de tanto óxido parecen velo de novia las más roídas. El animal no hace ruido en su extraño equilibrio y muestra sus raros párpados si quito el trapo que le protege del frío, para que no se muera y siga ahí preso del deseo de la suerte y su verde horizonte nunca visto por mi padre dormido. El animal verde no se mece en la dictadura del silencio nocturno de 1980.

Abro los ojos. Veo la noche y viene desde afuera. Afuera esta la noche. Afuera camina. Verdad es la soledad de la noche de 1980 en los pasajes de mi casa. Verdad es que no hay nadie en los pasajes y son las nueve entre tanto silencio. No se puede salir si no hay luz.

¿Dónde está la llave? Primero dos pasos y regresar cuatro detrás de la puerta con miedo a la nada y a la horda de convenciones con sus ojos tremendos, que visten de sombra esperando abrir los párpados. Se escucha una braza de un jalón discreto, se escucha el silbato del sereno y se escucha a lo lejos pero es menor que los ronquidos indiscretos, como si fueran menor que los ruidosos grillos. Se esconde y fuma, fuma y se esconde. Se oyen los sapos y no molestan más que los zancudos. Se escuchan los gatos como si nada. Es la santidad de la noche, su señoría mira desde lejos cada zaguán nocturno y cada puerta y ventana sin candil. Solo la máquina de las obreras tienen indulto frente a tal señora y su basta oscurana.

Estoy aquí, casi supero el total de convenciones menos una. Hay un sapo parado ahí, frente a mí, como muralla que hace cosquillas para dar pasos. La mano en la puerta es un lastre diminuto que extiende raíces acumuladas, se ajusta como raíz y el tallo es mi cuello. Soy un bejuco agarrado al miedo de salir y escaparme. El miedo sigue dentro pero está la noche y su bandera estrellada en mis ojos torrenciales. No podría negarme a tanto brillo ni acostumbrarme a estar sentado si hay viento o la lluvia ha callado a los perros.

Tomar la llave de papá o mamá. Sacar una antes del silencio. Guardar la llave sola sin ningun ruido y esperar las doce; guardar silencio como estar dormido y esperar la hora y salir descalzo hasta el árbol más cercano para ver llegar a un gato hasta mí y comer juntos la mitad de la Vía Láctea en 1980.

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Jesse Owens

Todo dictador olímpico verá el fantasma de Jesse Owens romper sus palabras en segundos.

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Culto a lo que fuimos

A lo que nunca fuimos

y que nunca será. Al día del salto al futuro nuestro.

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1980

Como si en sí mismo el pasado fuese la raíz de la alegría, sin referirse a las infancias sino a los tiempos, a las cosas propias que representan un momento en la panorámica de la historia de aprecio particular, al valor de lo construido, a las minúsculas materias transformadas por tantas manos, hallamos que al final no significan nada en la llanta que te lleva dentro y gira hasta toparse con otra cosa.

Las cosas, un ser multitudinario, un libro, un objeto equidistante, la ausencia de tus manos, una canción, ver caer el árbol que trepaste con miedo, verlo hecho pedazos junto a otros partidos, una lámina roída por el óxido de los días, algún día de Sol o alguna lluvia, pueden despedir a una era sin prisa. Nacer, crecer y partir, luego recordar. Las soledades se instalan en cualquier espacio para hacer florecer al olvido.

Pasan las hormigas en fila, como un río, un solo sentido; las que chocan son recuerdos. Lo que pasa arriba pasa abajo. Se ensanchan las cosas pequeñas, dispuestas como si huyeran de lejanías venideras y los espacios comunes con sus cambios quedan por allí tirados junto a otras cosas que destiñó El Sol o las hizo pedazos hasta estar sin dueño ni propiedad ni nada; los recuerdos son como las cosas. Como en un viaje lento recuerdo aquellos lavaderos públicos y el gentío de mujeres y sus hijos e hijas chuloniándose en cada pila para el baño diario; luego hubo ducha dentro de la casa, luego sanitario. La historia apilada en la mirada, como si las miradas fuesen cosa vieja llena de cosas, promontorios de basura que dejó el general tiempo, como semillas de olvido ocupadas en desaparecer u ocupar el silencio para siempre, tienen un código único y son invisibles y guardan silencio si no hay recuerdos en ellas. Como si irse yendo o alejando del común y sus risas y aprender el otro abecedario que enseña a desjuntarse, a no ser puño, a escapar a los chorros, sus pilas y a el agua cayendo en los lavaderos públicos fuera el pasado mismo y esto nos hiciera nuevos. 

No se diga nada del ruido del pasado y sus vientos; que se escuche el silencio de los sapos que cantaron cerca de casa y en el camino, entre la oscuridad, sus lodos y sus tantos matochos, incrustados cerca del pasaje de cemento, en la frontera del tiempo que no vimos despedirse y se fue tan discreto y que anduvimos tan descalzos como si nada, como todos los que ignoramos la semilla del espantoso recuerdo, de la alegría de hacer chispear los charcos de un salto en la lluvia, cuando éramos niños sin reloj y no habia luz artificial en el paisaje ni a lo lejos. Una vez tuve una caja con cosas del pasado, reunidas por valor eterno al juntarse en mis manos.  

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Tren

Qué tal si juntamos estaciones;

ver que todo queda atrás

y aquí adentro.

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El infinito

Tanta extimidad y tanto silencio.

A cada instante se expande el olvido;

entre un momento y otro el infinito,

la rosa invaluable de ser parte del todo,

del todo que se expande,

de algo que desaparece,

de los nuestros y hasta de los amigos.

Años luz de sus máscaras irrepetibles y frías.

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